El tema propuesto en el congreso de 2021 eran “Historias de retorno al pueblo”, es decir, experiencias de gente que hubiera decidido regresar a su pueblo para ganarse la vida allí, con todo tipo de negocios, de tal forma que la exposición en común permitiera extraer conclusiones sobre las oportunidades y dificultades que encierra la decisión de abandonar una ciudad y regresar al campo.
Después de casi un lustro en el que la despoblación se ha incorporado a la jerga política, pero no a sus decisiones principales, el congreso de Urriés quería revisar cómo los periodistas contaban experiencias de repoblación, bien directas (cuando ellos mismos hubieran retornado a sus pueblos), como de personas de su entorno que considerasen relevantes. Para ahondar, también invitamos a empresarios rurales de otros sectores, a fin de mejorar el debate y ampliarlo más allá del periodismo. El resultado fueron unas jornadas de las que extraemos las siguientes conclusiones, resumidas en sus principales aspectos.
1. Orgullo rural
En primer lugar, la propia evolución del congreso en sus cuatro años refleja cómo ha cambiado el sentimiento de pertenencia al pueblo. Si en la primera edición, en 2018, la mayor parte de las charlas traslucían cierto hartazgo por el desprecio hacia lo rural desde el entorno urbano, tanto mediático como social, en todas las intervenciones de 2021 se constató un orgullo renovado por vivir en un pueblo. Tanto por parte de los periodistas, como del resto de participantes. Ya no hay que aclarar que la vida rural tiene unas características distintas a la urbana, ni mejores ni peores, ni tampoco explicar que las demandas a sus problemas principales (comunicaciones digitales, vivienda, servicios públicos) son lógicas y urgentes. Que buena parte de ese orgullo se constatase en gente joven, en periodistas y/o empresarios menores de 40 años como Adrián Solana, Alicia Martín o Alba Francés, resulta más reseñable aún. La presentación del documental “921”, sobre la historia de Urriés y realizado por los vecinos y vecinas, también ejemplificó ese sentimiento.
2. Periodismo colaborativo
Otra tendencia que constatamos en esta edición fue la cohesión que han alcanzado los medios de comunicación rurales que han sobrevivido a los últimos y complicados años. El periodismo rural actual entiende su oficio como un servicio público, pero también como una forma de reunir bajo su función a personas de otros ámbitos que pueden mejorar su trabajo diario. Es el caso de Cima Norte, donde Adrián Solana trabaja con una red de 29 colaboradores, de distintas disciplinas y muchos de ellos, como él, retornados a sus pueblos. Además de enriquecer la oferta de su web dedicada a la naturaleza y el turismo, Cima Norte aúna en sus informaciones y reportajes la sostenibilidad y diversificación que defiende como filosofía. Un objetivo que precisamente se consigue con la colaboración de personas diversas, que no atienden únicamente al criterio económico, sino a la promoción del territorio y a la ayuda mutua.
En ese sentido, la experiencia del grupo La Comarca es igual de reseñable: un grupo de jóvenes periodistas, que han apostado por sus localidades, y que realizan un periodismo horizontal en su organización, con una sólida deontología de servicio público pero, sobre todo, con una implicación arraigada entre sus vecindarios.
3. Periodismo femenino
Como todos los años, el congreso de Urriés demostró una vez más que el periodismo rural es mayoritariamente femenino. Este año lo demostraron la periodista más joven, Alba Francés, recién licenciada, y la más veterana de nuestras invitadas, Isabel Muñoz (quien repasó la cobertura del Diario de Teruel sobre la pandemia de la Covid, enlazando así con la edición anterior del congreso); y en general, una representación femenina que superó de largo el 50% de los asistentes. A diferencia del periodismo urbano, las periodistas en las zonas rurales son empresarias y trabajadoras, directoras y redactoras, pues sacar adelante un medio de comunicación en un pueblo o comarca no entiende de cargos jerárquicos ni de despachos.
En este sentido, fue especialmente emocionante la presentación del documental de Elísabeth López Orduna, “Parir en el pueblo antes de 1970”. Esta periodista, que ya había participado en el congreso anteriormente, regresó con un documento único, que recopila una de esas facetas de nuestra memoria a punto de perderse: cómo se daba a luz durante el siglo pasado, y todo lo que las mujeres habían de soportar antes, durante y después del parto. Un documental tan emocionante como revelador, contado en primera persona por sus protagonistas, y a la par informativo como pocos reportajes sobre la zona rural, tan necesitada de miradas a su memoria histórica tan genuinas como esta.
Nuria Pamplona, Sandra Fidalgo y Nuria Asín incidieron también en la relación de las mujeres y el territorio, así como en la digitalización, que facilita el trabajo del comunicador lógicamente (máxime, en tiempos de incertidumbre, con abundantes bulos), pero que también puede suponer un peligro si se convierte en el único canal para conseguir informaciones (como sucedió anteriormente con el periodismo “telefónico”). El periodismo rural precisamente atesora como principal baza el trato directo con las fuentes, con los protagonistas de las informaciones, a los que luego ha de rendir cuentas de una forma totalmente directa, ya que, además de comunicadores, son vecinos y vecinas de la comunidad en la que viven.
4. Empresarios, no emprendedores
El análisis del periodismo que desarrollan quienes han retornado al pueblo se completó con experiencias profesionales de otros ámbitos. Hay una historia por cada persona que toma esa opción, como bien recorrió Rebeca Ruiz, de Jacetania Express, quien compartió casos de regreso al pueblo de todo tipo, unidos por motivaciones comunes: la búsqueda de una vida más tranquila, la pertenencia a un entorno que propicie la convivencia en lugar de anularla, el desarrollo de un trabajo satisfactorio por algo más que el beneficio económico. Ese repaso ilustró que en un pueblo se puede impulsar casi cualquier negocio, desde hostelería hasta fabricación de detergentes. Incluso se puede lanzar una asesoría de marketing mediante un trabajo profesional en redes sociales, como expuso Miriam Chueca. Las dificultades, no obstante, son abundantes, empezando por la burocracia, y continuando por los problemas de residencia y comunicaciones. Por no hablar, claro, de la soledad que a menudo implica vivir en un pueblo. De ahí que cada empresa que sale adelante constituya un jalón de futuro.
Los nuevos negocios rurales arrancan, normalmente, con una conciencia sostenible poco frecuente en las ciudades, de la misma forma que en sus colaboraciones empresariales establecen circuitos de economía circular. En lugar del mito del emprendimiento, cunde más el empresario que se busca la vida para mejorar la suya y la de su alrededor. La experta Carmen Díaz Beyá introdujo varias claves sobre sostenibilidad y cambio climático en un debate que el congreso continuará en las próximas ediciones.
Sobre las experiencias concretas, Adrián Tambo relató cómo ha recuperado cultivos autóctonos con modos de producción agrícola sostenible. Curro Fatás y Susana Azanza contaron cómo han sacado adelante dos negocios tan distintos como una fábrica de mermeladas y una hostería. El sudor ha sido abundante, la incertidumbre permanente, pero el resultado compensa, según todos los testimonios. En el caso de Isabel Álvarez, las dificultades y las satisfacciones se han duplicado al apostar además por la participación política como alcaldesa de su pueblo.
Por último, el escritor Víctor Guiu cerró la cuarta edición del congreso con una charla donde planteó la necesidad de “un cambio de perspectiva” a partir de la generalización de la España vacía o vaciada como un lugar común dentro del discurso político, que no se ha traducido en iniciativas concretas, más allá de llenar bocas en los estrados. Ante el riesgo de que en los pueblos “solo queden tocinos, molinos y placas”, Guiu planteó combatir esa “política de compasión” que sigue tratando a lo rural como segundón frente a lo urbano (o sea, como paleto) y abanderar de forma colectiva y rotunda “reivindicaciones que no son tales, sino derechos”. Derechos de todos los vecinos y vecinas de los pueblos. Esto es, defender lo rural sin épicas posmodernas ni poesías manoseadas, sino con orgullo rural.
Así que nada mejor para concluir que una cita de su libro, cargada de ironía aragonesa:
“A este paso, ténganlo ustedes claro, habrá más charlas, tertulias, congresos, ponencias, asociaciones, fundaciones y mandangas diversas que gente viviendo en los pueblos”.
En el Congreso de Periodismo y Repoblación de Urriés peleamos cada año porque suceda justo lo contrario.
Os añadimos la lista de los participantes en 2021.
- Adrián Solana, director de Cima Norte.
- Rebeca Ruiz, editora de Jacetania Express, colaboradora de Aragón Radio (comarcas Jacetania y Alto Gállego) y jefa de prensa de la Federación Aragonesa de Deportes de Invierno.
- Carmen Díaz Beyá, periodista especializada en narrativas de cambio climático, con una cátedra UNED-UNESCO en Cambio Global y Sostenibilidad.
- Nuria Asín, responsable de comunicación y redes de la Comarca de las Cinco Villas.
- Miriam Chueca, consultora de comunicación y marketing digital para empresas del sector de la cosmética.
- Nuria Pamplona, Premio APA 2019 a la difusión local y directora de contenidos del Grupo Diario Aragonés.
- Sandra Fidalgo, técnico de Cooperación de ADRI Jiloca Gallocanta y coordinadora de Birding Aragón.
- Elísabeth López Orduna, periodista y directora del documental “Parir en el pueblo antes de 1970”.
- Eva Defior, directora Grupo La Comarca, Alicia Martín, directora radio La Comarca, Javier de Luna, director Matarraña Radio, y Eduard Peralta, director de Radio Caspe.
- Isabel Muñoz, periodista del Diario de Teruel.
- Adrián Tambo, empresario rural de Ecotambo.
- Alba Francés, redactora de la Cadena Ser Cinco Villas.
- Víctor Guiu, escritor, autor de “Lo rural ha muerto, viva lo rural. Otro puñetero libro sobre la despoblación“.
- Isabel Álvarez, alcaldesa de Gelsa y emprendedora rural.
- Curro Fatás y Susana Azanza, empresarios rurales de la Hostería Medieval del Castillo de Añón y Mermeladas Bubub, respectivamente.