Empezamos en 2018 con mucha ilusión pero sin tener claro qué nos íbamos a encontrar. Sin embargo, el congreso del estreno fue una gozada, y sus conclusiones, un retrato de cómo estaba el periodismo y el debate sobre la repoblación cuando nos sentamos a hablar por primera vez con periodistas rurales y con gente que sacaba adelante otros proyectos empresariales y sociales en los pueblos. Os dejamos la reflexión que encabezaba el documento, porque reúne temas que todavía siguen siendo principales. Si queréis leer el documento entero, podéis descargarlo al final del post.

Armando y David, en 2018, presentando en Zaragoza el que iba a ser el primer congreso de Urriés.

Las jornadas celebradas en la localidad zaragozana de Urriés a mediados de noviembre de 2018 partían de una paradoja de nuestra sociedad contemporánea: a cada segundo recibimos una cantidad ingente de información de cuanto acontece en cualquier rincón del mundo gracias a la formidable expansión de los medios de comunicación durante las últimas décadas. Sin embargo, si vivimos en un pueblo, lo normal es que no dispongamos de un medio de comunicación que nos ofrezca información puntual y completa de lo que sucede en nuestro entorno más próximo; o que no logre hacerlo con el mismo volumen, inmediatez y detalle con los que recibimos –por ejemplo– la crónica de un suceso en Rusia.

En los pueblos aragoneses, la información global le ha ganado la partida a la información local. Las nuevas tecnologías no han derivado en nuevos medios de comunicación en el ámbito rural. Es más, las zonas rurales han quedado excluidas de esa revolución comunicativa que ha transformado el planeta, ahondando muchas veces en su despoblación. ¿Cómo superar esa brecha? ¿Puede surgir un periodismo rural que detenga ese fenómeno y lo revierta? ¿Qué ejemplos existen en Aragón y en el resto de España del ahora llamado periodismo hiperlocal, y cómo funcionan?

Para responder a esas preguntas el Ayuntamiento de Urriés reunió a diversos profesionales de la región con el objetivo de propiciar un debate útil que no solo revitalizara el pueblo, sino que sirviera para todos los pueblos. Es decir, un congreso en una localidad de apenas 40 habitantes empadronados como la mejor forma de alargar ese censo y, gracias a la proyección de sus conclusiones, quizá todos los censos posibles. La repoblación, al fin y al cabo, comienza con una actitud, como una forma solidaria de encarar el futuro.

Los datos que enmarcan este debate son rotundos. Aragón es una de las áreas con menor densidad poblacional de Europa. Reúne 1,31 millones de habitantes en 47.720 kilómetros cuadrados, distribuidos a su vez en 731 municipios. Sin embargo, el 50% de esa población vive en el área metropolitana de Zaragoza. El otro 50%, en los 730 municipios restantes. Un desequilibrio radical.

Aragón es además la tercera comunidad autónoma de España con más municipios de menos de mil habitantes, en concreto, 627. Solo las dos castillas están peor. El número de localidades con menos de cien personas ya casi ronda las 200, creciendo a un ritmo enorme. A este gran problema se une el envejecimiento de esa población, fenómeno igualmente común en toda España.

¿Qué puede hacer el periodismo ante estos datos? Pues bastante.

Periodismo y repoblación son dos conceptos paralelos: una sociedad bien informada es una sociedad que funciona bien, y que por consiguiente crece y prospera. Allí donde despunta vida colectiva, los medios no tardan en aparecer y multiplicarse. Por contra, allí donde decae la actividad económica y social, los medios de comunicación desaparecen. La profusión de medios es síntoma de prosperidad, y también de democracia. Es decir, de bienestar de la población. Impulsar el periodismo equivale pues a andamiar cimientos de futuro.

Visto desde el otro lado, el propio periodismo necesita ese impulso, ya que también ha sufrido su particular despoblación durante las últimas décadas.

El periodismo ha padecido, en primer lugar, una despoblación de empresas, pues la revolución comunicativa que han supuesto internet y las redes sociales ha dejado el modelo de negocio tradicional en crisis. La caída de anunciantes como los sectores de la construcción, los automóviles o las telefonías, o de los mismos anuncios clasificados y la publicidad local, caídas asociadas inicialmente a la recesión económica, han coincidido con el control definitivo del mercado publicitario por parte de los gigantes informáticos, arrinconando a los productores de contenidos sin casi opciones de competencia. Muchos anunciantes privados prefieren ahora pagarle a Facebook que al periódico de su localidad porque encuentra más rentabilidad en el canal que en el emisor de mensajes.

Ambos fenómenos, recesión general y monopolio de los gigantes informáticos, han provocado el cierre de miles de cabeceras de radio, prensa y televisión alrededor de todo el mundo, en una larga travesía por el desierto todavía inconclusa. A día de hoy, hasta los grandes grupos periodísticos sopesan distintas fórmulas para mantenerse en pie sin tener claro por dónde tirar: ¿sobrevivirán las ediciones impresas de los periódicos?, ¿aceptará el público pagar por la información en internet?, ¿cómo reinventar la radio y televisión en la era del podcast y de Netflix?

Las empresas periodísticas que han aguantado lo han hecho despobladas de aquellas publicidades suntuosas de los años 80 y 90 del siglo pasado, pero también de las igualmente masivas audiencias, que ahora recalan en Youtube, Facebook o Google, convertidas en imbatibles multinacionales que explotan el mercado con una autoridad inaudita. Ahora que el mercado ha dado el salto al mercadeo masivo de datos, el crecimiento y poder de estas corporaciones no parecen tener fin.

Con el público y los ingresos mermados, el periodismo tradicional ha recortado drásticamente sus plantillas, hasta despoblar las redacciones de periodistas, fotógrafos, editores, correctores…. A pesar de ser el periodismo actual más exigente que nunca, pues el trabajo de informar con rigor y profundidad requiere habilidades y conocimientos excepcionales, los medios operan por regla general con la menor cantidad posible de empleados. Lo cual demasiadas veces resiente la calidad de su oferta informativa. No digamos ya en el mundo rural, donde la tradicional estructura de corresponsalías, o de periodistas satélite que cubrían una determinada área geográfica, ha sido prácticamente desmantelada en todos los medios de ámbito autonómico.

Esa colección de profesionales imbricados en su zona, con abundantes contactos personales y un conocimiento de la historia e idiosincrasia local solo adquirible con los años, ha quedado reducida a la mínima expresión. Como sucede con los médicos, en la mayoría de localidades el periodista es alguien que, en el mejor de los casos, pasa por el ayuntamiento una vez a la semana. Para, recabados los datos, continuar ronda en las localidades de alrededor.

El actual periodismo rural lo cubren un grupo muy reducido de aquellos antiguos corresponsales bajo condiciones más lamentables: a menudo bajo el formato de colaboradores externos para distintos medios, sin contrato laboral, y con decenas de municipios a su cargo. Eso, en aquellas comarcas donde todavía existe un corresponsal, aunque sea autónomo. Lo habitual es que decenas de pueblos solo vean un periodista cuando un suceso escabroso o un asunto anecdótico de esos que tan rápidamente ganan clics en internet motivan el desplazamiento de un “enviado especial”. Es decir, cuando un asesinato, una tragedia medioambiental o la chorrada llamativa de algún vecino propician la llegada en tromba de varias furgonetas de productoras de televisión, más dos o tres redactores de radio y prensa de la capital, que cubren el acontecimiento durante unas horas o días frenéticos, llenan las tendencias instantáneas de internet con piezas breves sobre el pueblo, y después desaparecen camino de otro lugar en busca de la siguiente exclusiva fugaz. El pueblo en cuestión pasa así del anonimato absoluto a la presencia ubicua en todos los informativos en apenas unas horas, y con esa misma rapidez histérica regresa después al silencio mediático.

Si ese proceso se compensara con unos medios de comunicación propios en cada comunidad rural, el problema sería solo de proyección exterior. Sin embargo, la transformación mundial de la información y la consiguiente crisis del mercado tradicional han desembocado también durante las últimas dos décadas en la desaparición de muchos periódicos, revistas, radios y televisiones rurales. Los proyectos que han intentado despuntar pocas veces han conseguido enraizar. Solo algunos profesionales autónomos han logrado mantener a flote o impulsar nuevas cabeceras de prensa o emisoras, a costa de un gran esfuerzo.

Ese era precisamente el panorama que se proponían abordar las Jornadas sobre Periodismo y Repoblación de Urriés. Primero, realizar una radiografía, aunque somera, del periodismo rural que se realiza hoy en día en Aragón. Observar además sus oportunidades y dificultades, y las perspectivas que albergan algunos de sus profesionales más veteranos, entusiastas o representantivos. Y por último, establecer una suerte de cuaderno blanco que marque algunas líneas de actuación necesarias a medio plazo.

(Os podéis descargar el documento completo en el siguiente enlace).

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